viernes, 20 de marzo de 2009

CRONICAS FALLERAS

Era la noche del 18 al 19 y la orilla del río se llenaba de gente de diferentes países, sexos, razas y credos. Todos esperaban el momento de la verdad. Las luces se apagaron a la una treinta dando paso a unas fantasmagóricas figuras que cubrían el cielo. Gusanos ígneos descendían con lentitud, majestuosas palmeras multicolores iluminaban los rostros de los espectadores. Se sucedían círculos, carcasas y fuentes convirtiendo la noche en día y la oscuridad en luz fugaz. El ritmo estaba calculado a la perfección, ahora piano, después vivo y alegre. La última explosión provocó las ovaciones del público.
Durante veinte gloriosos minutos no había crisis. ¿Qué crisis? Ni paro, ni hipotecas por pagar, ni delincuencia, ni corrupción, ni terrorismo. Quizás había algún borracho y el olor de maría se mezclaba con el de pólvora quemada. Después del espectáculo las calles adyacentes se inundaron de cuerpos similares a los zombis de Romero, una avalancha humana que se dirigía al centro, algunos para continuar, otros intentando esconderse en sus refugios para descansar.
La marcha continuaba y con ella reaparecían camellos en sus tugurios, los mendigos en los parques, se produciría alguna violación y alguna que otra pelea. Las fallas pronto acabarían para devolvernos al mundo real, a la España que sufre y agoniza. La otra España, la de la pandereta, duró escasos veinte minutos. Algunos la alargarán al máximo, al límite, pero nada puede durar cuando se levanta con los pies de barro.
La supervivencia deberá continuar hasta que reaparezcan los actores de turno, los comediantes de un nuevo espectáculo, para convencernos lo magníficas que son las urnas. Propaganda en las paredes, megáfonos martilleando nuestras escasas neuronas, trípticos por los suelos, mensajes televisivos, el despliegue masivo del sistema que borrara de nuestra memoria lo real. El pueblo volverá a encerrarse en otra verbena que le haga olvidar los males que aquejan a la patria. Muy bien por el maestro pirotécnico, que cumplió su misión con gran esplendor, y gran pena por el pueblo español que se deja llevar por lo superficial.

LARRA

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